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Brasil: los límites y peligros de un presidente polarizador


Con más confrontación y radicalización esta vez Bolsonaro puede quedarse solo


Marisa Von Büllow; Mariana Llanos*



Bolsonaro saludando a sus partidarios el pasado 15 de marzo. SERGIO LIMA AFP


Las imágenes triunfantes del presidente Bolsonaro apretando las manos de sus seguidores en frente al Palacio Presidencial en Brasilia durante las manifestaciones callejeras del pasado 15 de marzo, en medio del clima de alarma global por el coronavirus y en abierto desafío a las recomendaciones médicas, fueron divulgadas por el propio presidente a través de sus canales en los medios sociales. Sin embargo, el efecto de su actitud no fue tal cual él esperaba. El hechizo se volvió en contra del hechicero. Quería parecer fuerte y popular, pero a cambio contribuyó para abrir una profunda crisis en su ya conturbado Gobierno.


Para entonces el coronavirus ya había afectado a varios miembros del equipo presidencial, y el mismo presidente brasileño debió pasar también por el test de control, que eventualmente le dio un resultado negativo. Pero su propia situación personal no le impidió insistir en que no había que “exagerar” ni “entrar en una neurosis”. Tampoco dejó de justificar su rol en las manifestaciones, afirmando que “de todas maneras mucha gente va a contagiarse”. Mientras los líderes políticos de todo el mundo enfrentaban duras críticas sobre las respuestas dadas a la pandemia del coronavirus y trataban de recuperar el precioso tiempo perdido, Bolsonaro se destacó por una actitud negacionista de la crisis, solo compartida por unos pocos, como Andrés Manuel López Obrador en México, irónicamente opuesto a él en el espectro ideológico.

Las polémicas declaraciones de Bolsonaro suscitaron críticas no solo de los habituales opositores sino también de un público más amplio de observadores, tanto a nivel nacional como internacional. Así, las manifestaciones del domingo 15 de marzo tuvieron algunas consecuencias inesperadas para el presidente. Sus apoyos comenzaron a mostrar fisuras que no habían exhibido desde que asumiera la Presidencia en enero de 2019. Se hicieron visibles tanto en la calle, en los medios sociales, como en la relación con el Congreso, ámbitos que en el pasado han sido cruciales como gestores de cambio político en Brasil.



Las razones que dieron lugar a las manifestaciones del 15 de marzo no estuvieron conectadas originalmente con la crisis del coronavirus. Reunidas en más de 200 ciudades del país, tuvieron el propósito de apoyar al presidente en un contexto de pugna de poderes entre éste y el Congreso sobre el control de una porción del presupuesto Ejecutivo. El objetivo de la protesta ya había sido seriamente cuestionado por su tinte autoritario. Acusando al Congreso de entorpecer su agenda de gobierno, el presidente avaló el ataque frontal y explícito a los otros poderes del estado, el legislativo y el judicial, suscitando la reacción crítica de representantes de todo el arco político. A partir del domingo 15, a su discurso anti-institucional se sumaría su actitud negacionista de la severidad de la crisis de la pandemia. Esto último fue demasiado para el ciudadano que enfrenta con miedo e incertidumbre la pandemia del coronavirus.


De hecho, las demostraciones del domingo a su favor fueron seguidas por cacerolazos críticos al gobierno en las principales ciudades de todo el país, acompañados por pantallazos en edificios. Las calles siguieron ocupadas, no con gente, sino con sonido e imágenes. En una de las imágenes proyectadas en un edificio en la ciudad de São Paulo, apareció la frase “nuestro problema es Venezuela” bajo la foto de Bolsonaro, una referencia irónica a las críticas hechas por Bolsonaro a las políticas anti pandemia del Presidente Maduro y a la decisión de limitar el paso en la frontera con aquel país (pero no con los demás países). En otras, simplemente aparece la imagen del presidente y la frase con la hashtag “#ForaBolsonaro”. El aislamiento social de la pandemia no se ha traducido en aislamiento político, tampoco en apatía. Esas iniciativas se sumaron y reforzaron las manifestaciones en las redes sociales en Internet, borrando las fronteras entre el activismo presencial y el virtual.




En los medios sociales, arena donde el bolsonarismo ha dominado desde antes de las elecciones presidenciales de 2018, el 15 de marzo prometía ser otro día de victoria virtual. La hashtag de apoyo al Presidente, #BolsonaroDay, llegó a más de un millón de menciones y ascendió al lugar de los principales temas de discusión del día. Sin embargo, a diferencia de otros momentos, la reacción también fue fuerte. Las hashtags #CoronaDay y #CoronaFest vincularon críticamente las acciones del Presidente con su actitud descuidada frente a la pandemia. En los siguientes días, los dos grupos – anti y pro Bolsonaro – subieron el tono. El bolsonarismo apostó a la radicalización, llamando a una nueva manifestación callejera para el 31 de marzo, y se embarcó en la estrategia de culpabilizar a China por el virus con la hashtag #VirusChines. Por su parte, la oposición subió la hashtag #ForaBolsonaros, utilizando el nombre del presidente en plural, para incluir tanto a Jair Bolsonaro como a sus tres hijos, todos activos en la política brasileña (y en los medios sociales).


Para entender cómo se llegó a esta situación en Brasil, es fundamental analizar también las relaciones del presidente con el Congreso Nacional, ya que la confrontación de poderes fue el disparador de las manifestaciones del 15 de marzo. Dicha confrontación es una consecuencia esperable si el presidente evita el camino de la persuasión y el acuerdo. Bolsonaro ganó la presidencia como vocero de discursos anti-Brasilia y antisistema, a los que sumó su agenda social de ultra-derecha, que de por sí lo aleja de los políticos del centro que dominan la arena parlamentaria. En el contexto de 2018, con la crisis de los liderazgos y partidos tradicionales, Jair Bolsonaro se benefició electoralmente en su carrera por la presidencia al presentarse como un outsider de la política brasileña (pese a haber sido diputado durante tres décadas). Pero ganar la presidencia no es lo mismo que gobernar, y Brasil tiene un sistema institucional de separación de poderes, con una altísima fragmentación partidaria y múltiples puntos de veto. Sus antecesores en la presidencia viabilizaron coaliciones mayoritarias de partidos en el Congreso mediante la distribución de puestos ministeriales entre los aliados políticos. En cambio, Bolsonaro eligió no construir una mayoría parlamentaria e incluso abandonó a su partido, a pesar de contar con una representación partidaria mínima en el Congreso. Su gabinete presidencial, conformado con militares, técnicos y políticos de ideología extrema, no ha sido tampoco una solución libre de conflictos.



Un joven con mascarilla sujeta la bandera de Brasil en la manifestación.EFE



La confrontación del domingo 15 de marzo contra el congreso, personalizada en los ataques directos al presidente de la Cámara de Diputados, fue blanco de críticas incluso de antiguos seguidores. La diputada Janaina Pascoal, por ejemplo, se refirió a la aparición pública de Bolsonaro como “crimen contra la salud pública”, lo que se sumó a que el llamado a las manifestaciones contra las instituciones democráticas ya había sido considerado por muchos como “crimen de responsabilidad”, o en otras palabras, como causa suficiente para iniciar un proceso de destitución del Presidente. De hecho, la semana pasada algunos diputados presentaron pedidos de impeachment contra el presidente, otra señal de fisuras que se ahondan. La presidencia es una institución poderosa en Brasil, pero las experiencias no tan lejanas de presidentes (Dilma Rousseff y Fernando Collor de Melo) destituidos por el Congreso, llama a la cautela.

La estrategia de polarización y radicalización de Jair Bolsonaro fue sin duda una estrategia exitosa en el contexto de crisis de representación en que fue elegido en 2016. Bolsonaro logró inspirar a los millones de ciudadanos que lo votaron, viendo en él la oportunidad de hacer cambios radicales en la política brasileña. En su primer año de gobierno, mantuvo un estilo de gobierno marcado por la confrontación con sus enemigos políticos, siempre en base a la comunicación directa con sus seguidores en los medios sociales. Sin embargo, frente a una crisis de salud de naturaleza global que pone en riesgo a todos, la apertura y la cooperación aparecen como elementos esenciales en el liderazgo para hacerle frente.


Con más confrontación y radicalización, esta vez el Presidente puede quedarse solo.



* Marisa von Bülowes profesora del German Institute of Global and Area Studies (GIGA) y del Political Science Institute, de la Universidad de Brasilia.Mariana Llanoses profesora del GIGA.



Publicado originalmente en El País

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