Ana Natalucci*
Actualmente la Argentina transita una crisis de magnitud. No es la primera y, probablemente, tampoco sea la última. Es una crisis que se viene profundizando. Podemos identificar factores estructurales y políticos: un Producto Bruto Interno [PBI] que no crece desde hace más de una década; y los últimos dos gobiernos de signo completamente diferente (Cambiemos y Frente de Todos) que tuvieron muy poca capacidad de ofrecer soluciones a problemas recurrentes.
Desde hace un tiempo, en el campo académico nos preguntamos ¿cuánta desigualdad puede procesar la democracia? Esta crisis es producto de esa pregunta.
Su particularidad reside en que algunos actores emergentes proponen romper el consenso democrático construido en 1983, cuestionando las formas convencionales de la comunidad política. Al respecto, nadie tiene ni el diagnóstico certero ni la respuesta a cómo salir de esta situación. Por eso creo que hay que revisitar varios de los ejes que están circulando y ponerlos en perspectiva no sólo para entender lo que está pasando, sino para contribuir a generar argumentos en pos de la salida democrática.
¿Qué podemos esperar para este 22 de Octubre?
El 22 se llevarán a cabo las elecciones presidenciales. Recapitulando, las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) de agosto último fueron un shock social y político, la fórmula más votada fue La Libertad Avanza (LLA), de extrema derecha; está integrada por Javier Milei --un economista asociado al sistema financiero y fondos de capital privado-- y Victoria Villarruel --perteneciente a grupos defensores de los genocidas. Las PASO fueron creadas en 2009 como una estrategia para ordenar la oferta del sistema político en las contiendas electorales. No obstante han cumplido con su objetivo; lo cierto es que trajeron una consecuencia no buscada ni deseada que sin dudas amerita pensar en su funcionalidad como dispositivo, tanto en 2019 como en 2013 han habilitado condiciones para impulsar fuertes devaluaciones de la moneda, complicando aún más el escenario político.
Este año no fue la excepción, de hecho el día posterior a las PASO la moneda se devaluó un 20% por presión del Fondo Monetario Internacional (FMI). Asimismo, la última semana fue particularmente compleja dado que Milei y Ramiro Marra [candidato a jefe de gobierno la ciudad de Buenos Aires por LLA] llamaron abiertamente a dejar de lado el peso y dolarizar los ahorros depositados en los bancos. El dólar aumentó casi 200 pesos en cuestión de horas y no sólo había riesgo de una hiperinflación, sino una corrida bancaria. El descalabro fue de tal magnitud que las Asociaciones de Bancos Privados y Públicos hicieron un llamado a la responsabilidad de los candidatos presidenciales para resguardar el sistema bancario. Es evidente que los socios de Milei ganaron con estas acciones y que favorece su plan de dolarización, pero también que las últimas encuestas muestran un sostenido crecimiento de Sergio Massa --candidato de Unión por la Patria-- manteniendo en vilo el resultado electoral. En este contexto, tendrá lugar la primera vuelta.
¿Un nuevo 2001? Movilización y organizaciones
Al fantasma de 2001 por la re-difusión de la consigna “Que se vayan todos”, esta semana se sumaron a la fragilidad de la economía doméstica los alientos a la corrida bancaria. La posibilidad de una hiperinflación remiten además a la crisis de 1989, que implicó no sólo un desbarajuste tremendo sobre la economía sino también político, que implicó el adelantamiento por 6 meses de la asunción de Carlos Menem a la presidencia.
Más allá de estas coincidencias, en términos de movilización hoy estamos en un escenario muy diferente. En 2001 hubo un ciclo de protestas con fuerte articulación entre las organizaciones, demandas generalizadas y con una potencia destituyente, aunque sin posibilidades de imponer reformas políticas. Ahora bien, desde la pandemia, la movilización se caracteriza por su segmentación, con muchas dificultades para articularse, con demandas muy sectoriales sin capacidad de incidencia política. Además, en estos años, los nucleamientos y organizaciones, con gran capacidad de movilizarse, han tenido una estrategia de repliegue frente a la crisis, de modo de no alentar o contribuir con procesos destituyentes; incluso con dirigentes ocupando altos cargos gubernamentales.
De alguna manera, pareciera que no hay quien conduzca el conflicto social ni antes ni después de las PASO. Es una gran diferencia con 2001.
La única excepción está dada por el movimiento feminista. Poco después de las PASO, el colectivo Ni Una Menos convocó a asambleas y promovió la organización de marchas, concentraciones, pañuelazos y otros eventos para el 28 de Septiembre, día de conmemoración del Día de Acción Global por el Acceso al Aborto Legal y Seguro.
Milei y sus seguidores se caracterizan por su discurso misógino, por cuestionar abiertamente al feminismo, especialmente la ley de interrupción voluntaria del embarazo, negar la brecha salarial, entre otras cuestiones. En tal sentido, el 28S tuvo muchas consignas, pero hubo dos que me llamaron la atención por las posibilidades de sus derivas políticas. Una de ellas, es “Podemos frenar la crueldad” frente al sálvese quien pueda que promueve LLA; y, otra “al miedo lo conjuramos con más feminismo”. Ambas son maneras de decir que a la amenaza que LLA representa sobre nuestros derechos, la comunidad política e incluso la democracia se la cuestiona impulsando procesos de ampliación de derechos dentro de los límites del sistema democrático. Que aún con todas las deudas pendientes y cuestiones por resolver sigue siendo la posibilidad de construir un mundo en común.
Esa posibilidad es lo que está en juego el 22.
* Investigadora Independiente del CONICET. Directora del Observatorio de Protesta Social (CITRA/CONICET). Profesora de Ciencia Política, Universidad de Buenos Aires.
Comentarios