“Solo
Como el que tiene la virtud del mago
Como el que conduce un pueblo hacia el estrago
Mientras imagina la felicidad”
Jorge Fandermole, Solo
El llamado de Javier Milei a Mauricio Macri y a Patricia Bullrich para sellar un acuerdo, ocurrió luego que las elecciones generales pusieran un techo a sus aspiraciones de ganar en primera vuelta y se estancara en un porcentaje similar al logrado en las PASO. El exitismo que lo llevó a suponer que estaba a solo tres puntos de obtener el triunfo en esa instancia, pronto mutó hacia una apertura indiscriminada, sobreactuando ofrecimientos a diestra y siniestra y arrojando por la borda las reiteradas muestras de desprecio hacia la misma dirigencia política que ahora intentaba seducir para el ballotage.
Esa estrategia sólo surtió efecto en una fracción del PRO que, en una decisión inconsulta, negoció un acuerdo con Milei, desairando al resto de las fuerzas que integran Juntos por el Cambio (JXC). Mauricio Macri nunca ocultó su simpatía por Milei tras las PASO de agosto, celebrando que una mayoría importante del electorado (sumando los votos de JXC y La Libertad Avanza –LLA-), apoyara “un cambio de era”, un resultado que leyó como un triunfo de las ideas que no había logrado aplicar durante su gobierno. En lo personal este resultado lo vivió como un gesto reparador, pero sus elogios a Milei crearon confusión sobre el apoyo a su propia candidata (Patricia Bullrich), cuando más necesitaba su respaldo con vista a las elecciones generales.
Lo cierto es que estos nuevos aliados sumarán un caudal de votos que mantendrá vivas las chances presidenciales de la LLA, y también mejorará su logística electoral, algo que no logró asegurar en los turnos anteriores. En caso de resultar electo Milei, esa alianza también le aportará legisladores para ampliar su base parlamentaria –aunque siga resultando insuficiente para acompañar las iniciativas del Ejecutivo-, y equipos técnicos que le permitan cubrir los incontables espacios de gestión que demanda un aparato estatal de alcance federal.
Esto no bastará para disipar las dudas sobre la gobernabilidad en un país en el que nunca resulta sencillo gobernar, pero es evidente que obtendría un sostén político y técnico del que carece una fuerza con solo dos años de existencia. LLA no dispone de ese respaldo por tratarse sólo de una creación reciente sino también porque su estructura unipersonal trabó la construcción de un entramado territorial que le sumara intendentes, gobernadores y legisladores que le brindarían soporte a un eventual gobierno nacional.
Ese límite político también tiene correlato en sus elencos técnicos, pues más allá de la espectacularidad de algunos nombres anunciados para simular cierta idea de “equipo”, esa imagen siempre ha estado muy por debajo de lo que sería esperable en una fuerza que aspira gestionar el gobierno nacional.
Asimismo, la desmesura de las propuestas lanzadas por la LLA despierta serios interrogantes sobre su viabilidad (dolarización, cierre del Banco Central, etc.), pero inquieta, sobre todo, la brecha entre las expectativas que ellas despiertan en su electorado y los recursos políticos, técnicos y materiales disponibles para concretarlas. Simplemente recordemos que LLA tendrá 38 diputados sobre un total de 257, y 7 senadores sobre un total de 72 miembros. Esta cifra puede ampliarse si el acuerdo anunciado con sectores del PRO se mantiene en caso de llegar al gobierno, pero también enfrenta el riesgo de bajas de legisladores de su bancada, disconformes con ese acercamiento.
Cuando Javier Milei convocó a los dirigentes del PRO tras la primera vuelta de octubre (“vengan que estoy solo”), su llamado no era simplemente una promesa de privacidad, también confesaba la soledad de quien se siente mal acompañado por los propios (recordemos las disparatadas declaraciones de sus principales allegados en el tramo final de la campaña, ofreciendo la imagen de un coro desafinado), o abandonado por quienes le habían prometido una logística de la que carece (el incumplimiento de Barrionuevo para fiscalizar las elecciones generales). En suma, el acercamiento con el ala más radical del PRO le aportará esa compañía que le ha estado faltando –en caudal de votos, fiscalización electoral, legisladores, equipos técnicos, etc.)-, sin que aún resulte posible evaluar como impactará ese acercamiento en un electorado que encontró en Milei una auténtica expresión de rebeldía frente a quienes se han alternado en el gobierno del país en las dos últimas décadas y han sido parte del fracaso del que promete sacarnos.
Milei encarna el “unipersonal más exitoso de la política argentina moderna” , logrando convertir a una fuerza reciente, inorgánica y sin implantación territorial, en una opción de gobierno a sólo dos años de haber saltado a la vida política. Si bien ahora sabemos que su tránsito por los medios se inició algunos años antes, su irrupción en la política, apenas se remonta a las elecciones legislativas de 2021, cuando resultó electo diputado nacional por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
En muy poco tiempo logró convertir a este partido sin pasado en una fuerza que desplazó del ballotage a la coalición que había triunfado en las legislativas del 2021 y se perfilaba como segura sucesora del gobierno actual. Hoy es LLA la que tiene esa chance, en tanto JxC, la fuerza cuyo triunfo todos descontaban, quedó inmersa en una crisis interna y se encamina a una fractura que reseteará todo el sistema político creado a partir de 2015, retrotrayéndonos a un escenario pre-Cambiemos.
Es posible que este movimiento en el tablero político le permita a Milei ampliar su caudal electoral e incluso ganar la presidencia, como sugieren algunas encuestas de opinión a pocos días de la segunda vuelta. Cualquiera sea el resultado, el solo hecho de llegar a un ballotage, revela que ya no está tan “solo” y que una parte significativa de la sociedad parece dispuesta a apoyar iniciativas que se apartan del rumbo que prevaleció en los últimos años.
Macri y Bullrich se han subido al carro triunfador y privilegian las propuestas económicas de Milei, confiando en que podrán emprolijar la gestualidad de un candidato que hizo de la desmesura, desbordes y extravagancia su sello distintivo. Ahora se trata de evitar los gestos más irritativos y provocativos que lo han vuelto popular entre sus seguidores enojados con la “casta”. Eso implica no más motosierra en las caravanas y posiblemente, un cierre de campaña más moderado, evitando la demolición o implosión de edificios que tanto estupor generó en la previa de la primera vuelta. Este cambio tal vez le quite la autenticidad que le han valorado sus votantes, pero posiblemente le allane el camino para sumar los votos que necesita para alcanzar la presidencia.
Este Milei pasteurizado tiene mayores chances de desbancar a las dos grandes coaliciones que parecían destinadas a alternarse en el gobierno de no haber mediado su irrupción y repentino ascenso. Será una proeza de la que hablará el mundo y los historiadores, pero eso no borra todas las dudas e interrogantes que permanecen flotando en el aire.
Milei derrama una emocionalidad que contagia entusiasmo en sus adherentes. Si bien la pasión es uno de los materiales indispensables para forjar un liderazgo atractivo, no es más importante que la mesura y la responsabilidad por las consecuencias de sus actos, los otros dos elementos que moldean a un líder, según aconsejaba Max Weber. Sin pasión no se puede hacer política, pero eso no autoriza a desentenderse de las consecuencias por las decisiones que se adopten, ni alegar inocencia por los efectos inesperados de sus actos.
A Milei le ha sobrado pasión, pero se muestra insensible ante las consecuencias que podrían acarrear sus medidas, incluso sobre sus propios votantes. Su apego a los dogmas lo protege y produce un efecto tranquilizador que alivia las culpas y lo libera de ofrecer pistas sobre cómo contendrá a quienes queden al desamparo tras la demolición que considera necesaria para producir el cambio que pregona.
Como sostiene Innerarity, la nueva derecha radical se distingue de otras derechas clásicas por su voluntad de ruptura, pretendiendo una transformación rápida y completa de la sociedad. Esa voluntad de ruptura se observa en la intención de revocar los acuerdos existentes y plantear una nueva agenda de temas que incluye cuestiones que en algunos casos (venta de órganos, portación de armas, etc.), suenan disparatadas y extravagantes para el votante medio.
Las idas y vueltas respecto a la compra-venta de órganos es una prueba del dogmatismo que subyace en sus propuestas, llevando al límite el automatismo de mercado cuando somete todas las relaciones humanas a sus reglas. La radicalidad de la propuesta es una utopía que intenta moldear otro tipo de sociedad, pues no se trata solo de una economía de mercado, sino de una “sociedad de mercado”, para retomar una expresión acuñada por Karl Polanyi a mediados del siglo pasado.
La “destrucción creadora” de la que habló Schumpeter (inspirándose en Marx), está en la naturaleza del capitalismo. Sin embargo, en la versión libertaria popularizada por Javier Milei, el componente destructivo prevalece sobre el creativo, sin ofrecer detalles sobre lo que deberá construirse en reemplazo de lo existente. La escenografía apocalíptica que impregnó su cierre de campaña es bastante ilustrativa del desequilibrio entre esas partes. Fue una celebración de la destrucción, una apabullante sucesión de imágenes de edificios y construcciones que estallaban sin pausa como si el mensaje se resumiese en la mera pulverización de lo existente.
Hay aquí una ingenua confianza en que la destrucción purifica, estableciendo un punto cero de la historia desde el que será posible renacer sin deudas con el pasado, aunque eso suceda dentro del mismo mundo y con los actores de siempre. Es un espontaneísmo ilusorio basado en la creencia de que eso por crear se autogenerará por sí solo una vez que todo sea arrasado, sin reparar en la suerte de quienes participan de esa realidad.
Más que política –que siempre supone diálogo y negociación-, se propone una solución mágica, un corte de cuajo con el pasado y con todo lo “dañino” que alberga la sociedad. La alternativa aquí es, como graficó genialmente Juan Carlos Torre, la espada de San Jorge, cortando en un solo acto la voracidad del dragón que desvela a la sociedad.
Esta es una leyenda, pero en nuestro caso, los dragones que se pretenden derrotar son las instituciones del estado que sostienen a la democracia. Existen razones valederas que justifican la insatisfacción ciudadana con su desempeño, pero ellas son perfectibles y reclaman nuevos consensos para ponerlos en armonía con la sociedad. Para ello será necesario más y mejor política y no golpes de magia que nos conduzcan a lo desconocido.
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